sábado, 29 de noviembre de 2008

UNA TRADICIÓN DEL PUTERÍO

Argentina ya ha acumulado varios capitales. Ha dejado de ser el vacío y la hija, peyorativa y sobrevaluadamente, menor de la literatura. Una de esas tradiciones repite con insistencia el surgimiento de un origen. Y en los orígenes, dicen, Rosas y la fabulación de puteríos contra él. En el medio Cambaceres y el quilombo de una sociedad de Lords que que querían comerle las vísceras por silbar como un vago. Más acá, Puig y Aira que deliraban con sus chismes pueblerinos o de sectas universitarias. Boquitas y Los misterios de Rosario. Libros hechos para interferir en la realidad y hechos con los puteríos de la misma realidad, interferidos por ella. Puteríos usados para que, poco o mucho después, en General Villegas y en pleno homenaje local a uno, las versiones de los implicados -o interferidos- se peleen por el poder del verosímil y para que, en Rosario, las clases de ciertos profesores se destinen a aclarar que no son monstruos. Me regocija este poder del puterío, su capacidad de sacar de las casillas y de afectar a sus implicados. Sé, también, que esa cualidad no es otra que la de la verdadera literatura. Y me río como un hijo de puta o, mejor, -y a mucha honra- como el hermano de una puta que asume todos los riesgos, incluso legales.

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